jueves, 30 de abril de 2009

De la vida...

Don Quijote no confundió los molinos con gigantes, es más, era el único cuerdo de nosotros, que no supimos diferenciar la vida con el castigo y lo puro con lo lascivo.

A diferencia del resto, él, ávido por descubrir, se puso a buscar mientras nosotros lo esperábamos tumbados en el sofá. Encontró vida en rincones donde jamás nadie se habría parado, felicidad en recovecos donde nadie la habría buscado y supo mejor que nadie leer el cuento que es la vida hasta llegar a su último párrafo.

Muchos dijeron en ese momento que había recuperado la lucidez pero realmente, fue en ese preciso instante cuando alcanzó un estado de enajenación mental suprema, pues al fin había llegado al éxtasis de los sabios, un éxtasis que no le puso en contacto con Dios sino que le dio gracias por haber sabido resolver la compleja ecuación que le encaminó al fin.

Murió y lo hizo como un loco a vista de todos, pero desgraciadamente quedan hoy pocos cuerdos como él que sepan descifrar los fantásticos enigmas del tesoro que es la vida.

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