domingo, 18 de enero de 2009

Sola en la ciudad




La ciudad clamaba derrota levantando al alza una bandera blanca. Se rendía, no intentaría ejercer resistencia para ser recordada heroicamente por la humanidad. Realmente nunca le había gustado ser el centro de atención ni atribuirse a si misma méritos. Era una muerte anunciada, todos lo sabían menos ella, que fue acostumbrandose hasta que un día llena de furia, dijo basta. El frio había vencido, nadie lo podia dudar. Todo se había convertido en hielo y la ciudad se había paralizado.
Sus iluminadas farolas ya no emanaban luz, ni el gentío habitual era el de costumbre. Me di cuenta que solo quedábamos ella y yo, eramos los únicos supervivientes, los únicos habitantes de la ciudad.
No llovía, solo se oía el ruido de sus pasos caer al andar. Estábamos, o al menos yo, desconcertados, felices e ingenuos. No sabíamos hasta que punto sería bueno haber alcanzado el libre albedrío.
Reflexionando, un rostro de preocupación se nubló en mi mirada y ella dijo:
-¿Qué te pasa? Este era nuestro sueño ¿Qué va mal ahora?
Salí corriendo despavorido y la dejé sola, nunca mejor dicho, tirada ante el frio y supongo que maldiciendo mi nombre hasta el resto de mis días.

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