Un autoestopista cruza los dedos
al borde del vacio,
donde las palabras se truncan
en silencio.
Ya no tiene sed
y se seca los labios
curtidos por la brisa de un mar lejano.
Un barco sin vela
que encalla en el puerto del viento.
Allí donde la corriente
decide entre la vida y la muerte.
Un juicio tan intenso
que resulta efímero,
un dolor tan agudo
que, a veces, ni sentimos.
Una piedra dura varada en el camino,
un obstáculo insuperable,
una meta utópica
cuyo final –lamentablemente- ya conocemos.
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